Ella

Todo empezó aquella mañana mientras parada frente al espejo, notó una pequeña nubecilla flotando tras de sí a la altura de su hombro derecho, no era grande, apenas del tamaño de una bolita de algodón, si ella caminaba, la nubecilla flotaba siempre a la misma distancia y altura, le resultó curioso.

Ella no tiene muchos amigos, su forma de ser ahuyenta a la gente, a veces pasa largas temporadas triste y poco a poco todos a su alrededor desaparecen, a nadie le gusta la tristeza, es como una enfermedad que se teme contagiosa, es mejor retirarse. Ella los incomodaba porque los impele a confrontar sus propios miedos, a mirar en ella aquello que no quieren mirar de sí mismos. Es un espejo para la miseria.

Está acostumbrada a estar sola, no le encanta, pero lo sabe sobrellevar. Siempre tiene necesidad de hablar, nadie tiene tiempo para escucharla. A ella no le importa demasiado, lo soluciona sencillo, habla consigo misma, siempre en voz alta, ríe de sus ocurrencias, se cuestiona, se reprende si es necesario. Cuando camina por la calle la miran y se alejan, pero como dije antes, ya está acostumbrada. Así que llevar esa compañía flotante le resultó encantador. 

Ella es adorable a su modo, sus cabellos de colores caen alborotados cubriendo su ojo izquierdo, su voz que impera cristalina evoca una niñez lejana, una ternura que nada tiene que ver con ella, pero que permanece ahí, pegajosa como toda candidez resulta en uno u otro momento. Viste de negro casi siempre, vestidos que le tapan la mitad de los muslos y dejan entrever algunos tatuajes en sus piernas.

Su belleza no es demasiada, pero la suficiente para despertar la curiosidad en los hombres, sus caderas tienen la sensualidad necesaria, sus piernas carnosas y torneadas incitan a morderlas, su nalgas redondas y suaves llaman a estrujarlas con fuerza, a lamerlas, sus grandes senos culminan aquella figura que no siempre es su mejor aliada, por el contrario, la mayor parte del tiempo hace de su enemiga despertando monstruos incontenibles, perversiones enmarañadas en la mente de hombres terribles de egolatrías descomunales, que en ocasiones, pasaron por encima de su voluntad. Así era ella, frágil como la flor más diminuta, aunque al verla cualquiera pensara lo contrario.

Ese día, un domingo soleado de cielo turquesa, transcurría entre un viento frío que llevaba y traía a voluntad un sin fin de nubes algodonosas, ella estaba segura de que la suya, era una de esas nubes que había decidido ser diferente y que al verla sola, se convenció de que era el mejor lugar para vivir, justo detrás de su hombro acompañándola a todos lados. Cuando estaba feliz, la nubecilla permanecía blanca y mullida, cuando estaba cansada o indiferente, se tornaba gris y se desdibujaba un poco, pero cuando ella estaba enojada o sus fantasmas invadían sus entrañas y se colaban hasta adueñarse de su mente para crear lugares escabrosos y perturbantes, la nube crecía negra, intimidante, estruendosa. A ella le daba miedo, pero eran tiempos tranquilos, sus pensamientos brincaban de una cosa simple a otra, sin temores ni tristezas. 

Fue hasta ese domingo que se presentaba maravilloso y brillante, engañoso, que las cosas dejaron de marchar tan bien. Se preparaba para salir, de pie frente al espejo acomodaba su vestido, el preferido, terciopelo negro y rosas rojas, tomó la pintura de labios, los entintó con el rojo quemado que usaba a diario, dio un último vistazo y tras cerciorarse de su buena apariencia, tomó el bolso negro y abrió la puerta, comenzó a bajar las escaleras y notó un temblor leve en las manos, no hizo caso, sintió un escalofrío en la nuca y casi al abrir la puerta, sus piernas perdieron fuerza, se sostuvo de la pared, titubeó un poco, pensó que quizá debía comer algo y continuó su camino. La pequeña nubecilla, repegada a su espalda, flotaba grisácea e inquieta.

El mundo dador de posibilidades venturosas, resultaba interesante, el viento movía su cabello verde y un perfume delicioso se desprendía, respiró profundamente y sonrió, disfrutaba cada paso, mientras, su nubecilla flotaba rebotante y esponjosa, blanquísima. Llegó a la cafetería que visitaba cada que el tiempo le daba oportunidad, el mesero de siempre le sonrió, un jovencito moreno de sonrisa afable y ojos grandes color aceituna, sus brazos delgados albergaban un sin fin de tatuajes, el que ella siempre miraba era la figura de una niña que de espaldas miraba en lontananza, le parecía desconcertante e imaginaba que la niña voltearía para ofrecerle la sonrisa más macabra que su mente podía crear, la nubecilla se hizo pequeña. -¿Moka con leche de almendras para llevar, verdad? Ella sonrió y asintió con un movimiento casi imperceptible, pagó y salió del lugar sin poder borrar a la niña de su mente. Caminó hasta llegar a las banquitas del parque frente a la que fue su escuela, se cobijó en el silencio que ofrecía el lugar, se aseguró de que la nubecilla hubiese recobrado la calma y sacó una pluma de su bolso, se disponía a abrir la libreta para tomar algunas notas, cuando a lo lejos alcanzó a reconocer su rostro, era él, tras dieciséis años su mirada seguía fija en su memoria, quiso ponerse de pie, caminar rápido, huir, huir tan lejos como sus piernas le permitieran, no se movió ni un milímetro, su respiración se agitó, su pecho brincaba por la rapidez con la que su corazón latía, sentía náuseas, las manos le temblaban heladas, lo vio caminar, entrar al café y al salir, como si su mirada lo hubiese llamado, sus ojos se posaron en los suyos, la vista se le nubló y sintió como poco a poco perdía la consciencia, tomó aire, intentó controlarse, no podía desmayarse, no podía desmayarse, su mirada borrosa se fue aclarando hasta que lo tuvo ahí, de frente, justo parado a unos metros de distancia. -Dudé un poco, pero al irme acercando “sí, es ella” me dije, tanto tiempo sin vernos ¿cómo has estado? Soy Alberto ¿si te acuerdas? te ves diferente con el cabello así, pero tu rostro sigue siendo el mismo, ¡tan guapa como siempre! eras una niña cuando te vi por última vez, una niña muy linda, ahora eres una mujer, una mujer muy linda también. Recorrió su cuerpo de pies a cabeza,sonreía con ese gesto tan desagradable, esa sonrisa que ella recordó durante meses enteros, caminó hasta llegar a su lado y se sentó, acarició su cabello y se acercó a su oído -A veces, aun te imagino contra la pared y me masturbo, te recuerdo  llorando y siento tu vagina caliente rodeando  mi pene, ¿me extrañaste? Ella se quedó quieta como sólo sabía quedarse cuando el terror la invadía, él lamió despacio las cerezas en su cuello, estos tatuajes no los tenías, me gustan. Dijo mientras acariciaba su muslo por debajo del vestido. La nubecilla retumbaba, relampagueaba furiosa tan negra como nunca la había visto. Ella comenzó a llorar como sólo sabía hacerlo cuando el miedo la inmovilizaba, en silencio. La nube enorme rugió tan fuerte que el cielo completo se nubló, el viento sopló embravecido haciendo que las copas de los árboles se deshicieran en una lluvia de hojas. Ella se puso de pie, la nube la envolvió y se coló por su boca, por su nariz, por sus oídos y le dio el valor necesario para comenzar a caminar, Alberto la tomó del brazo y la detuvo -No me puedes dejar así. La frase resonó en su memoria y titubeó, sus puños perdieron fuerza, "Hazlo" escuchó, volvió en sí, se giró hacia Alberto, él levantó el rostro justo para sentir la mirada desafiante de algo que no supo que era, algo que no tuvo tiempo de entender. Ella continuó avanzando, entró en la cafetería, el chico de ojos aceituna se acercó -¿Estás bien? Ella sonrió y se sentó en una de las mesas, miró por la ventana hacia el parque para buscarlo, pero no había rastro de él. El pecho le ardía, sentía como se quemaba por dentro, se incorporó y caminó al baño, se miró en el espejo y no era ella, sus ojos, de pupilas negrísimas, fulguraban, su sonrisa como la sonrisa que imaginó para aquella niña, le estremeció, su pecho al rojo vivo se consumía "Nunca volverá a hacerte daño" escuchó. Miró sus manos, en la derecha sostenía la pluma ensangrentada, la dejó caer asustada en el lavabo y dejó correr el agua, comenzó a escuchar voces, sirenas de patrullas cada vez más cercanas, su reflejo sonreía "Lávate las manos y lava la pluma, métela en el hoyito que tiene el forro de tu bolsa, arréglate el cabello y acomoda tu maquillaje". Ella hizo todo tal cual la voz le indicaba, sujetó su cabello verde en una coleta, limpio el maquillaje corrido por las lágrimas, pasó la almohadilla del polvo color canela sobre su rostro, tomó la pintura de labios y los tiñó con el rojo quemado que ocupaba a diario, sonrió con esa sonrisa que antes le había perturbado. La seguridad en sus ojos era inusitada, desconocida para ella, la sedujo tan rápido que pronto la niña cándida quedó escondida en lo más recóndito de su cuerpo, en el rincón más olvidado. Soltó la coleta y su cabello cayó alborotado cubriendo su ojo izquierdo, salió del baño, se sentó en la mesa frente a la ventana y pidió otro moka con leche de almendras. Afuera, en el parque, la gente se arremolinaba tras una de las bancas -¿qué pasa? le preguntó al chico moreno de ojos grandes color aceituna. -¿Tú no viste nada? Dicen que hay un tipo tirado, desangrándose. Ella permaneció impávida. -No vi nada, debió pasar cuando entré aquí, ¡que susto! Él atravesó  su brazo frente a ella para dejar la taza y un platito con galletas, lo notó al momento, el tatuaje de la niña no estaba. -Oye, tú tenías aquí a una niña de espaldas. El rostro desconcertado del chico, le sorprendió un poco. -¿De qué hablas? Yo no tengo un tatuaje así. Se dio la vuelta y regresó al mostrador a secar los vasos que acababa de lavar. Ella tomó la taza y la llevó a sus labios, una gota de café escurrió hasta llegar a su muslo izquierdo. Ahí estaba la niña, justo bajo la cita de Sylvia Plath que llevaba tatuada, mirándola, sonriendo. “It is so much safer not to feel, not to let the world touch me”. Miró hacia afuera, sonrió con su nueva sonrisa, se puso de pie, dejó un par de billetes sobre la mesa, y ya sin aquella voz cristalina susurró: "Hasta nunca", mientras caminaba con paso firme para alejarse del lugar.



Nancy Cruz Fuentes


Esta obra está protegida por derechos de autor. Coryright © 2018. Todos los derechos reservados

Comentarios

  1. Me gusto la narrativa! Una historia que le hace justicia al personaje principal y que la muestra como una guerrera. No se por que pero me temía un final al estilo de Los olvidados de Luis Buñuel. Me gustan esos personajes que luchan y no se dejan vencer. Saludos!

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

La verdad es que no sé jugar a medias...

Nosotros

Recuerdos