Pérdidas
¡Ya estoy harto!, ¿por qué sigues llorando por algo que ya no está y a mi que estoy a tu lado, me ignoras? ¿quieres un hijo? ¡Lo vamos a solucionar! Con esa sentencia te tomó entre sus manos con fuerza, lamió tu rostro y te giró para jalar tu cabello y penetrarte, sentías los golpes de su cadera contra tus nalgas y no podías sino pensar en aquella vez cuando Alberto decidió que tenía derecho a violarte porque según él le habías coqueteado. ¿Qué diferencia hay con esto? ¿Que quien lo hace ahora te quiere? El mismo miedo que te impidió moverte aquella vez te paraliza ahora, el mismo dolor se te anida en el cuerpo, te abraza, tapa tus ojos, cubre tus oídos; por fin se detiene, te recuestas, él besa tus mejillas, “¡ahí lo tienes, ahí tienes a tu hijo! A ver si así se te acaba esa pinche tristeza que me tiene harto”
Todo lo que sabes del amor es un escupitajo en la cara, jalas la cobija que tienes al lado y te envuelves en ella, sería un buen momento para desaparecer, te acurrucas con cuidado, tu cuerpo adolorido se mueve despacio, cada lágrima que cae te desgarra el pecho, te duele tanto que tu corazón se rompe un poco más, la respiración se te agita, no puedes frenarla, te tapas la boca y contienes, no quieres gritar. Podrías vivir bajo esa cobija por siempre, el mundo no te necesita y tu no lo necesitas a él, miras las cicatrices de tu brazo y te preguntas qué habría pasado si alguna de ellas la hubieras hecho con mayor decisión, qué habría pasado si la última vez hubieses hundido más la navaja, siempre has dicho que tu angustia se frenaba mientras brotaba la primer gota de sangre, sabes bien que todas son marcas de tu cobardía, jamás te atreviste, del mismo modo que nunca tomaste más de seis pastillas, sabías que con esa cantidad dormirías durante todo un día, pero llegaría el momento de despertar. Tocas tu vientre, vacío y podrido, piensas en el hijo al que mataste, eres una asesina y lo sabes. Hiciste una prueba de embarazo, ¿recuerdas tu sonrisa boba cuando viste las dos líneas en el recuadro transparente? No podías esperar a que él regresara del trabajo para contarle, hiciste una gran cena que por supuesto no le gustó y reprobó con esa mirada que te gritaba que eras inútil y nada podías hacer bien, titubeaste pero le diste la noticia, no hubo sonrisas, ni abrazos, ni alegría. “No estoy listo para ser padre ni tú tampoco, ¡debes abortar! no tienes la capacidad para ser madre, estás loca. No puedes ni cuidarte a ti misma.” tal vez tenía razón... pobre pequeño víctima de su madre, lloraste noches enteras en silencio, desde niña aprendiste que así se llora, sin que nadie lo note, sin que nadie lo sepa, tu tristeza a nadie le importa. Para el mundo siempre una sonrisa, así te lo enseñaron y así lo has hecho siempre. No tienes derecho a sentirte mal, lo sabes bien, cada herida es producto de tus decisiones o indecisiones, es tu culpa o tu responsabilidad; pero a veces las fuerzas se te acaban y por más que aprietas los puños la calma no llega y todo el dolor brota de tu cuerpo como la sangre tibia de una gallina recién degollada.
“No llores, mi reina, aquí todas lloran… pero se les olvida que les resolvemos los problemas fácil, así que mejor cálmate y súbete a la camilla, el doctor no tarda” La luz sobre tus ojos te deslumbra, escuchas el tarareo de un hombre mientras la enfermera coloca una mascarilla sobre tu nariz y te pide contar del uno al diez en orden inverso, justo cuando tu mirada se nubla y tus ojos se entrecierran, alcanzas a ver el rostro borroso del doctor que sigue cantando. Abres los ojos, todo ha pasado, te indican que te vistas y te dan una toalla sanitaria, “No te muevas despacio, reina, si no es gran cosas lo que te hicimos, todas van con sus caras tristes y caminando lento, en vez de ir felices y normales” La enfermera sale y sigues su consejo, te vistes aprisa y con paso firme buscas al hombre que te espera afuera. “¿Por qué tienes esa cara? ¡como si te hubiera obligado a venir, como si te hubiera forzado a abortar! ¿No viste a las otras parejas?, se abrazaban y tú ni siquiera deseas que me acerque, no me dejas tocarte” No dices nada, escuchas en silencio los reclamos, fijas la mirada en tus rodillas y la mantienes ahí durante todo el trayecto de regreso a casa.
“No me dejas tocarte” fue el reclamo continuo durante varios meses ¿por qué habrías de dejar tocarte? Sonríes, porque sabes que hay que sonreír y continúas, la vida deja de serlo, los días pasan sin relevancia, las tardes todas iguales despiden a las mañanas iguales también y saludan a la noche que llega siempre a la misma hora y se queda el mismo tiempo cada vez. Respiras porque es un acto involuntario, haces cada cosa que debes hacer en el momento que debes hacerla, de cualquier modo nada tiene sentido.
A veces las cosas son diferentes,estallan como hoy que te encuentras debajo de la cobija temblando o como ayer que perdiste los estribos y golpeaste con tus manos los vasos de cristal para tirarlos todos al suelo, no sentiste dolor alguno, fue hasta que miraste el piso goteado de sangre que giraste las palmas hacia tí y sacaste las esquirlas que brillaban en tus dedos, era ridícula la cantidad de sangre que salía, caminaste al baño, te recordaste curando las cortadas de tus brazos, era casi lo mismo, tomaste un poco de cinta y rodeaste las heridas, limpiaste el piso, recogiste los vidrios y la normalidad regresó.
¡Deja de llorar! Te ordenas, te levantas “es lo que mereces, es lo que mereces” te repites una y otra vez, te vistes, él espera sentado en la sala, te mira y sonríe, le devuelves el gesto, extiende su mano y caminas para darle la tuya mientras con ternura dice “Te amo”.
Nancy Cruz Fuentes
Esta obra está protegida por derechos de autor. Copyrigth © 2018 todos los derechos reservados
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T.T
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