Cosas inexplicables

 Todos los días, en algún momento, pienso en él, recuerdo su sonrisa y sonrío, me imagino que llegará vestido como aquel día y se sentará a mi lado. A veces las cosas más inexplicables trastocan desde lo más profundo la realidad.

Aquella tarde me dirigí en busca de algún lugar cómodo para leer, camine entre el bullicio de un viernes por la tarde, la gente iba ruidosa,  algunos tomados de la mano, otros riendo, otros en silencio esperando la oportunidad para acercarse a su acompañante, miré con atención y la mayoría eran parejas. ¡Que desastre! Pensé, sonreí complacida de ser la única ahí con el alma tranquila, sin desasosiego efímero, sin deseo de amor o de contacto, ¡pobre gente necesitada de todo! Bajé la mirada para observar mis manos, en una sostenía un libro y la otra se movía grácil, libre, siguiendo mi andar. 

Por fin encontré un lugar vacío, entré y el fuerte olor a incienso me hizo retroceder, las paredes pintadas en color fucsia con algunas pañoletas colgadas sin coherencia, ofrecían un ambiente cargado y abrumador, las mesas casi a la altura del piso con cojines multicolores me convencieron y me senté, una mujer etérea de rostro pálido se me acercó para ofrecerme, con su mano esquelética, una tablilla con una hoja pegada donde se enlistaban un sin número de tisanas exóticas. Agradecí, se alejó despacio, llevaba un vestido muy holgado que me hizo dudar que aquellos brazos y cabeza poseyeran un cuerpo debajo de toda esa tela, sus pies inexistentes hacían parecer que flotaba entre las mesas y los comensales. 

Miré la carta y elegí al azar, ella me miró complacida, seguramente por no tener que explicar cada bebida como la vi hacerlo con otros clientes. Me disponía a comenzar a leer cuando unos tenis azules desgastados se detuvieron a mi lado, no levanté la mirada, intenté concentrarme en el libro, sin embargo al notar que no se movían no pude si no buscar el rostro de quien estaba ahí, lo recorrí despacio, sus pantalones cafés rotos de una rodilla, una sudadera vieja que supuse había sido negra en algún momento, me hicieron llegar hasta la cara sonriente de un joven, su tez morena enmarcaba una sonrisa infantil, su barba incipiente le daba un aire descuidado, su cabello ondulado iba sujeto en una pequeña coleta. Lo miré unos segundos, hasta que fue inevitable responder a su sonrisa con otra “¿necesitas algo?” le pregunté y él asintió, “¿puedo sentarme contigo?” miré a mi alrededor y salvo dos mesas todas las demás estaban vacías, debió notar mi confusión y sin esperar respuesta se sentó en el cojín a mi lado. Decidí ignorarlo, continuar mi lectura, el mundo está lleno de gente rara, lo sé desde hace tiempo. Su mirada fija en mí me obligó a mirarlo otra vez, continuaba sonriendo “¿necesitas algo?” volví a preguntar y entonces como si le hubiera quitado una mordaza comenzó a hablar. “Me llamo Carlos, ¿vienes seguido? Nunca te había visto, yo vengo con frecuencia, éste lugar me encanta, no vivo cerca pero vale la pena ¿no lo crees? La última vez que vine fue la semana pasada, llovía tan fuerte que cuando pude entrar mi ropa escurría tanto que casi inundo el lugar -y soltó una carcajada- ¡Hola María! -saludó con familiaridad a la mesera- ¿me traes lo de siempre? -se volteó a mirarme- ¿tú cómo te llamas?”

Discúlpame, debo irme, alcancé a decir, tomé mis cosas, dejé el pago de la tisana que no tuve oportunidad de beber y salí del lugar. Había caído la noche, el aire fresco me regresó la calma. No miré atrás, me disponía a caminar cuando una mano tomó la mía, mi mano libre no estaba libre ya, miré los mismos tenis azules a mi lado, el mismo pantalón con el hoyo en la rodilla y al subir la mirada encontré el mismo rostro sonriente. 

“A mi también me dieron ganas de irme y decidí acompañarte” comenzó a caminar y me dió un pequeño jalón que me hizo andar junto a él, no sé porque no solté mi mano de la suya, tal vez lo rasposo de sus dedos o tal vez que tenía tanto tiempo que no caminaba de la mano de alguien, no lo sé. “Ya vi que te gusta leer, a mi también; pero procuro no hacerlo, si llevo un libro a todos lados mi mirada fija en las páginas me impide ver lo que está a mi alrededor, si hoy hubiese traído uno, no te habría visto.”

Era peculiar que nunca dejara de sonreír, su andar jovial movía mi cuerpo con una cadencia extraña, se giró, me miró con sus pequeños ojos cafés, acercó su rostro al mío y besó mis labios, mi corazón se detuvo un par de segundos, tal vez morí, no lo sé, no estoy segura, sentí su lengua tibia entrar a mi boca y acariciar la mía, sus manos se deslizaron por mi espalda, subieron por mis brazos, tomó entre ellas mi rostro. “Eres mía desde que existes, ¿lo sabes?” me abrazó con fuerza, lo sentí sollozar. 

Era como si aquel hombre hubiese encontrado a alguien a quien hacía mucho no veía, el calor de su cuerpo tranquilizó el mío, su respiración y la mía se sincronizaron, podía sentir nuestros latidos como uno solo, un miedo frío me sobrecogió, lo empujé con fuerza para alejarlo de mi. 

Dejó de sonreír, su rostro desencajado, lloroso suplicaba una explicación “¿Por qué siempre haces lo mismo, Ana, por qué siempre es igual? ¡no te das cuenta que me lastimas! ¿acaso no te importa? Mi mano vacía ya no soporta tu ausencia, mi pecho exige el contacto con el tuyo -tuve la certeza de que de algún modo comenzaría a desmoronarse hasta convertirse en polvo- ¡no puedo mas, Ana, no puedo!”   Perdón, estás equivocado, me confundes con otra persona, lamento que te sientas mal; pero no soy yo quien tú crees, espero que la encuentres, lo siento. Sentía la necesidad de disculpame por no ser quien él pensaba, mi pecho adolorido se oprimía mientras salía cada palabra y una tristeza desconocida comenzaba a trepar por mis piernas. Tomé fuerza. Hasta pronto, susurré y comencé a caminar.

Escuche unos pasos apresurados detrás mío, sus brazos se enredaron en mi cintura, su respiración en mi cabello y sus lágrimas cayendo en mi nuca, me helaron. “Eres tú, claro que eres tú, Ana, siempre serás tú” me apretó con tal fuerza que respirar se me dificultó tanto que comencé a marearme, no me moví, mi vista se nubló, mi cuerpo quedó lánguido. Liberó un poco mi torso y tomé una bocanada de aire como si acabara de salir del mar después de casi ahogarme, con la misma confusión tras haber sido revolcada por una enorme ola. No lo sentí detrás mío, giré y lo vi alejarse. Me quedé de pie observando ¿qué había sido todo eso? por un momento dudé que en realidad hubiese ocurrido. Lo vi perderse entre la gente, nunca volteó, mire mi mano libre y seguía sin ser libre, mis dedos parecían aún sentir los suyos y mi mano juraba que aun la sostenían. 

Aquella noche seguí caminando, mi corazón después de haber latido junto al suyo se sentía solo, mis manos vacías. Llegué a casa, sin prender las luces me dirigí a la cama, me envolví y me quedé dormida pensando en que me hubiera gustado ser Ana.

Todos los días, en algún momento, pienso en él, recuerdo su sonrisa y sonrío, cuando salgo nunca llevo un libro, me gustaría encontrarlo, siempre lo busco, me imagino que llegará vestido como aquella vez y se sentará a mi lado, quizá me platique que logró encontrarla y se disculpe por haberme confundido. He pasado largas horas sentada en los cojines de aquel lugar esperando con la mirada fija en la entrada. Le pregunté a María  y ni siquiera pudo ubicar de quién le hablaba. A veces pienso que el doctor tiene razón, no tengo la certeza de haber tomado de manera puntual mis medicinas en aquel tiempo, me repite incansable que una crisis puede sobrevenir en cualquier momento y sin darme cuenta dejar de diferenciar lo que existe y lo que no. Vivir en un sueño, así lo describo, él me mira como sintiendo lástima, nadie cree que la esquizofrenia sea un sueño.

El mundo está lleno de gente rara, lo sé desde hace tiempo.

Nancy Cruz Fuentes


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