Estás a mi lado
Estás a mi lado, recostado, satisfecho, recobras el aliento, miras hacia la ventana como buscando algo, acaricio tu mano y volteas despacio, recorres mi espalda con tus dedos, me abrazas un poco. Me acerco para besarte, te apresuras, te detengo… te beso despacio, conozco cada parte de tus labios, cada parte de tu lengua, me trago tu aliento, tu saliva, eres parte de mi. Me acerco para sentir lo tibio de tu pecho, juntas mi torso contra el tuyo, el roce de mis senos te excita, me besas el cuello, aprietas mis nalgas, lames mis pezones sin cuidado, te agitas, quieres estar dentro, me subo en ti y bajo despacio, una, dos, tres veces, te sujetas a mis muslos, a mi cadera, me jalas para besarme, no quiero, te alejo y continúo el movimiento, me gusta hacerlo así, sin interrupciones, sin besos, sin palabras. Me abrazas para hacerme girar y quedar arriba, sostienes mis piernas y entras fuerte como si quisieras llegar a donde nadie más lo hubiera hecho, un gemido se te escapa, te observo: me gusta tu cuerpo, me gusta tu rostro, te ves igual a la última vez, es como si el tiempo se hubiese detenido, me abstraigo unos segundos, pero llegas al lugar indicado, cierro los ojos: jadeos, gemidos, un grito y todo se me escurre entre las piernas, estallas.
Te recuestas, me acurruco en tus brazos, se siente bien el abrazo prestado. Sé que no dejas de pensar en ella, algo en ti se rompió cuando se fue y sigue roto, sigues esperando, tu mirada que siempre busca te delata. Me miras y sonríes “todo está bien.” No entiendo porqué lo dices, pero de algún modo me reconforta. Me besas, te quedas dormido, te observo, cada tanto abres los ojos y sonríes. ¿Recuerdas cómo nos conocimos? Estábamos en ese bar, aquella noche fui sola, bailaba entre la gente cuando chocamos sin querer y tiraste tu cerveza en mi vestido, estabas muy apenado, te disculpaste innumerables veces aunque yo te decía que no te preocuparas; al final nos reímos, me preguntaste mi nombre y me dijiste el tuyo, bailamos y bebimos el resto de la noche, llegó la hora de irme, nos despedimos con un beso en la mejilla. Así fue, Carlos, como llegaste a mi vida, tenías esa mirada ausente que te daba un aire de nostalgia todo el tiempo, eras guapo, pero no demasiado, lo suficiente para querer conocerte más, para querer verte otra vez, lo suficientemente cautivante para tener que quedarme a tu lado.
Tu mente está tan fragmentada como la mía, ambos tenemos las cicatrices necesarias para entendernos durante silencios prolongados, para saber que la distancia es imprescindible entre nosotros, para asegurar que nunca estaremos juntos. Somos instantes, una despedida perpetua. Nos hemos dejado muchas veces, el mismo número de veces nos hemos vuelto a encontrar, siempre me convenzo de que será diferente, de que no cederé, de que esa ocasión será la última y aquí estoy, mirándote, acariciando tu rostro mientras duermes.
Llevo mi dedo a tus labios, los acaricio, me inclino para besarte, recorro tu cuello con mi lengua, bajo a tu pecho y delineo tus pectorales, muerdo tu piel, mis pezones rozan tu vientre mientras me dirijo decidida a lamerte, despiertas con una sonrisa, dormiste lo necesario, te tiemblan las piernas mientras tu pene entra y sale de mi boca, me incorporo, coloco mis rodillas en la cama, mis manos al frente, levanto el trasero, te lo ofrezco, no lo dudas, te metes en mi sin cuidado con un golpe certero y fuerte, me atraviesas y me rompes una y otra vez, “jala mi cabello”, te apresuras a enredarlo en tu puño, me das una nalgada fortísima que resuena en el cuarto, grito, me duele, me gusta, lo sabes, lo repites hasta que te cansas, bajas tu mano, tocas sin cuidado mi clítoris, lo juegas, no puedo más, me arrancas varios gemidos que contraen todos los músculos de mi cuerpo en un orgasmo interminable. Te vienes, me retienes, no quieres salirte nunca y de pronto, de la nada, destruyes el silencio con su nombre: “Susana”.
Me quito. A veces, como hoy, finjo no escucharte.
Es suficiente, me levanto de la cama y camino despacio al baño, abro la regadera y el agua tibia recoge las lágrimas de mi rostro; a veces, como hoy, la tristeza me invade, la soledad me agobia y tú sólo piensas en ella. Cierro la llave del agua caliente y las gotas frías se me clavan en la espalda, no me gusta el agua fría, odio el frío. Te observo a través del cristal del baño, miras hacia la ventana como buscando algo, como esperando algo.
Me quito. A veces, como hoy, finjo no escucharte.
Es suficiente, me levanto de la cama y camino despacio al baño, abro la regadera y el agua tibia recoge las lágrimas de mi rostro; a veces, como hoy, la tristeza me invade, la soledad me agobia y tú sólo piensas en ella. Cierro la llave del agua caliente y las gotas frías se me clavan en la espalda, no me gusta el agua fría, odio el frío. Te observo a través del cristal del baño, miras hacia la ventana como buscando algo, como esperando algo.
Ésta, ciertamente, debe ser la última vez.
Nancy Cruz Fuentes
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