La vida sigue
Sabes que hoy comenzará todo igual, suena el despertador a las 5:30, lo apagas y esperas adormilada a que suene la segunda alarma, 5:45, no tienes opción, te resbalas de la cama, las cobijas te abrazan, tú a ellas, por fin un poco de responsabilidad se te cruza por la mente y te obligas a salir, arrastras los pies hasta el baño, abres la llave de la regadera, te desnudas, odias que cada mañana tengas deseos de orinar, es horrible tener que sentarte en el mueble frío, a esta hora siempre deseas tener pene, en algún lugar leíste de un artefacto que logra que las mujeres orinen de pie, te da risa, intentas imaginar situaciones en las que podrías necesitarlo, son nulas, aunque si lo encontraras en algún aparador seguramente lo comprarías, todo por ya no tener que sentir la taza del baño en las mañanas. Te sientas, te congelas, te apresuras, te limpias, te levantas y bajas la palanca. El siguiente reto, meterte a bañar, el vapor ha invadido todo el cuarto de baño, piensas cuanta gente desearía tener agua y tú la estás dejando correr sin sentido, te sientes mal, sin titubeo entras, no es tan malo, el agua caliente te recorre el cuerpo, no debería estar tan caliente; pero odias el frío: odias el agua fría. Lavas tu cabello, cierras los ojos y sientes como la espuma se te escurre por el rostro, te enjuagas hasta que puedes volver a abrirlos, tomas tu esponja y la llenas de jabón, la pasas por tus brazos, en tus piernas, frotas tus senos, limpias tu entrepierna, te detienes. Ha pasado tanto tiempo y aún lo tienes fresco en la memoria, a veces uno toma malas decisiones, decide ponerse en lugares equivocados y no se da cuenta hasta que es demasiado tarde, ¿así te pasó, verdad? Sabes que fue tu culpa, te lo dijeron hasta el cansancio. No tienes derecho a sentirte mal, no lo tuviste antes y tampoco ahora. Intentas recordar su nombre, lo has olvidado, pero no logras borrar sus manos tomándote con fuerza “es tu culpa, me has estado coqueteando toda la noche ¿qué pensabas que iba a pasar? No me puedes dejar así” la frase te estremece, sientes su aliento en tu cuello, su lengua recorriendo tus labios, te baja el pantalón, estruja tus senos con fuerza, “¡no llores, esto es lo que querías!” Es la primera vez, sientes como te rompes, te duele, su cadera se estrella contra tus nalgas, no puedes moverte, el miedo siempre te ha paralizado, el Rivotril y el alcohol tampoco ayudan, tienes poco control sobre tu cuerpo y sobre tu voluntad, tu mente se va, todo transcurre en cámara lenta, es una pesadilla, eso debe ser, no estás ahí, no hay sonidos, te miras a ti misma contra la pared con las piernas abiertas, cierras los ojos, no quieres ver, pasa una eternidad. Su voz te obliga a regresar “deja de llorar, no es para tanto y que ni se te ocurra decirle a alguien” sientes como sale de ti, te acaricia el cabello, “no llores” te dice con ternura “así son las cosas”. Escuchas como se abre una puerta, son los demás que regresan de la tienda, no sabes que hacer, no sabes que decir, te quedas sentada en el piso, alguien te pregunta qué te pasa, no atinas a hablar, no atinas a pensar. No recuerdas más, sabes que de algún modo esa noche se acabó, sabes que llegaste a tu casa. Resuena en tu mente la sentencia de tus padres “Nada tenías que hacer ahí, tú te lo buscaste. No llores, fue tu culpa” La esponja se te cae de las manos, cierras la llave del agua caliente, las gotas frías se te entierran en la espalda, en el rostro, !no vas a llorar, no vas a llorar! La vida sigue, sales del baño, te envuelves en la toalla, te miras al espejo, sonríes, como todos los días estás lista para continuar.
Nancy Cruz Fuentes
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Qué rico volverte a leer. Siempre me ha gustado tu narrativa, haces que las cosas simples y cotidianas exploten y eres profunda e intensa. Muy bueno!
ResponderEliminarGracias, Pato, aprecio mucho tus comentarios.
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